¿Seguimos delegando las decisiones de lo común en otros o decidimos por nosotros mismos?
Nuestra asamblea de Política a Largo Plazo ha debatido distintos temas como el dinero, la crítica al capitalismo, la figura del Estado, el trabajo asalariado, el consumo…, pero, entendiendo que debemos hacer una breve exposición, hemos preferido ceñirnos a un tema que nos parece de trascendental importancia.
Desde el 15 de mayo se ha hecho más evidente que nunca la confrontación en la política de este país entre la democracia parlamentaria y las asambleas libres y callejeras.
Todos hemos gritado en este tiempo que “No nos representan”, pero ¿cuál es el significado profundo de ese canto que se repite en todas las manifestaciones desde el 15 de mayo? El sistema parlamentario se funda en un pacto (que ninguno de nosotros ha consensuado) por el que cedemos poder sobre nuestras vidas, delegando todo lo que nos sucede en unos representantes profesionales a cambio de una supuesta seguridad que ellos llaman libertad.
Esto implica que aquello que tendría que ser común ya no lo es, y que este poder omnímodo y separado de la gente y de sus necesidades concretas usurpa, roba, ese espacio de decisión. Por decirlo todo de una vez, el Capital, mediante el Estado actual del que se vale para llegar hasta cada rincón y que no es sino uno de sus nombres posibles, una de sus máscaras, realiza todo tipo de esfuerzos por arrebatar, enajenar, cualquier posibilidad de vida al margen de sus exigencias. La humillación perpetua a la que nos somete se camufla bajo supuestos derechos (como el derecho a voto) que parecen conferir una dignidad que, en realidad, jamás nos ha concedido. Resulta una broma pesada que nuestra sumisión, pero también la monotonía, el cansancio y la soledad en los que vivimos, sean comprados con un aparente bienestar material, que no ha sido otra cosa que cierta política del Capital para hacernos trabajar más y mejor, adiestrados ya en la cooperación sin resistencia.
Frente a este estado de cosas, la asamblea permite recobrar poco a poco ese espacio perdido en el que contemos solo con nosotros mismos.
Sin embargo, entendemos que existe cierta frustración porque las decisiones que toman las asambleas no llegan a materializarse. Tal vez porque aún no hemos dado con la forma, es decir, no hemos sabido sostener ese contrapoder asambleario que surgió; tal vez porque nos han robado esa capacidad para imaginar y tenemos que reapropiarnos de nuestros auténticos deseos. O, tal vez, porque nos topamos una y otra vez con el mismo poder acumulado por los de siempre. Todo esto puede llevar a que la toma de plazas para hacer política se diluya. Pero ninguna impotencia debiera ser definitiva, y por eso insistimos de nuevo en la importancia de mantener las asambleas. De hecho, en Madrid, casi todos los días hay manifestaciones, jornadas o charlas, y el número de asambleas ya supera las 150 (contando exclusivamente las del 15M). Los dificultades no nos van a desmovilizar.
1. Democracia parlamentaria.
El parlamento es al pueblo lo que el despacho privado del jefe a un empleado. Nos es ajeno, no nos pertenece hoy ni lo ha hecho nunca. Es una instancia construida para que deleguemos en ella nuestras decisiones y para negarnos la posibilidad de hacernos cargo de nuestras propias vidas. Su táctica para hacernos dependientes es bien sencilla, consiste en hacernos creer que el caos se producirá si se nos ocurre desafiar su orden y su lógica incuestionable.
La democracia es sagrada, el pueblo ha muerto.
Pero esto no siempre fue así. Ha habido y hay otras formas de vida. Si nos remontamos a una época no tan lejana, descubrimos con sorpresa un escenario bien distinto al imaginado. Allí donde suponemos un pueblo atemorizado y sometido al poder sin límites del rey de turno, nos encontramos con espacios de comunidad, tierras comunales que son trabajadas por todas y una autonomía que hoy no alcanzamos a comprender ni a imaginar
Este mundo, que nos hacen creer utópico, se organizaba mediante concejos, las asambleas de aquel tiempo, y que todavía hoy perviven en algunos lugares. En los concejos, los miembros de la comunidad decidían acerca de sus vidas y, sin delegar en nadie, se hacían cargo de su existencia: del cuidado de la tierra, de la vida cotidiana o del trabajo comunitario no asalariado. Los concejos fueron una realidad en lo que hoy llamamos Estado español, pero una realidad que fue condenada a muerte cuando la Monarquía, la acumulación de capital y comercio necesitaron centralizar el poder y con él todo lo demás. Para que nacieran el Estado moderno, la democracia y sus parlamentos, hubieron de morir las comunidades, la autogestión y sus concejos.
Nada de esto se nos enseñó en el colegio.
La historia moderna comienza con el forjamiento de la Sagrada Alianza del Estado y el Capital. Algo más tarde, aparecerá la institución del parlamento y se nos impondrá un modelo de democracia al servicio de las clases altas y de las necesidades de la circulación de mercancía y del dinero. Proceso culminado por las sucesivas revoluciones industriales y su deshumanización inherente. Ahora somos solo ciudadanos con derecho a voto.
Se nos hizo creer que la política era un asunto demasiado complejo para estar en manos del pueblo. ¡Eduquemos a los príncipes nos decían antes, y formemos, nos dicen ahora, a los tecnócratas y especialistas pues ellos habrán de guiarnos!
Sin embargo, la política no es el mercado, aunque se empeñen en confundirnos. Si decisiones tan difíciles han de ser tomadas es porque no son las nuestras. Así, que las tomen ellos en sus despachos y a nosotras nos dejen el reino de la vida. Ya nos ocuparemos de sus oficinas más adelante.
El parlamento no es una herramienta a nuestro servicio. Dejemos de aceptarlo como tal. El parlamento es un arma al servicio de la democracia, la cual es un arma al servicio del Estado, el cual es un arma al servicio del Capitalismo. El parlamento, por tanto, es uno más de los escenarios donde se representa el espectáculo del Capital.
2. Asambleas
En oposición al régimen parlamentario y a la gestión de la vida por el Capital y el Estado, las asambleas libres son una forma posible de autogestionar y vivir lo común.
En una asamblea, todas las personas que la componen se organizan y se ponen de acuerdo en una serie de principios sobre los que construir una política común; pero va más allá de esto, pues se acepta que nadie tratará de convertir a nadie completamente a sus puntos de vista, sino que desde posiciones múltiples, irreductibles y singulares se encontrará un punto común para poner en práctica una acción, y para trazar un plan que sea aceptado por todos y que nadie pueda sentir como una violación de sus principios. Nos parece importante decir que por acción entendemos todo aquello que atañe a la comunidad, desde lo que pudiera parecer más insignificante o cotidiano como decidir por dónde tiene que ir una cañería hasta cómo se quiere pensar y vivir una plaza. Por ello la asamblea no tiene que ver con la defensa de tal o cual posición a priori, sino con el aprendizaje y la construcción en común de aquello que incumbe a la asamblea. Es decir, que las teorías sean distantes o diferentes en determinados aspectos no quiere decir que no puedan coexistir en una misma asamblea, es más, se apoyan unas en otras y se refuerzan, del mismo modo que individuos con puntos de vista únicos e irreconciliables pueden ser amigos o amantes o trabajar en proyectos comunes.
Cuánto te juegas al decir no, cuánto arriesgas poniendo un pie en una nueva senda. En la respuesta a estas preguntas podemos encontrar la importancia del “no”. La propia representación en una asamblea libre, callejera, horizontal frente a la delegación de esta representación a un puñado de políticos bajo siglas y colores idealizados, pero a la postre una jauría de tecnócratas al servicio del sistema, fue lo que nos echó, lo que hasta hoy nos mantiene en la calle, en las plazas, en lucha! Porque tomamos las calles para decir basta, para decir no. Algunos pensamos que esto se ha ido silenciando dentro de las propias asambleas en las que se ha podido generar una perversa burocracia que solo permite el “no” políticamente correcto, ese “no” que se representa con el símbolo del “no lo veo, pero no bloqueo”. La presión de grupo que a menudo se ejerce, voluntariamente o no, es un ataque a la voluntad personal de bloquear una propuesta en concreto. Hemos asistido a casos donde un bloqueo se ha zanjado con una discusión, sin turnos de palabra, hablando varias personas a la vez, hasta que la persona que bloqueó recurre al “no lo veo, pero no bloqueo”. Un no peor que mudo, ninguneado. Ante esto solo nos queda decir no, solo tu compromiso y tu actitud de denuncia cuando esto pase nos hará dar el salto del esquema borreguil al horizonte que buscamos, ese en el que cada uno cuenta. No tengamos miedo a destruir para cimentar de nuevo; como dijo un compañero “nosotros no tenemos miedo a las ruinas, llevamos un mundo nuevo dentro de nuestros corazones”.
“Un movimiento social que se olvida de sus pres@s está abocado al fracaso”.
[…] el seno del propio movimiento se cuestionó y se decidió pronto que NO . Y quién quiera usar #15M como etiqueta política se está equivocando […]
Este canto a la abstención y al pasotismo electoral me parece el más tradicional escrito anarquista.
Lícito planteamiento, pero completamente equivocado.
Es falso que el Parlamento impida lo que estamos haciendo y lo que seguiremos haciendo tras el 20N. Pero eso no quita que les regalemos esa parcela de poder por no trasladar el poder popular que vayamos acumulando a las urnas.
Aunque otras cosas no cambien, o incluso retrocedan, hay voto femenino, aborto, divorcio, derechos de homosexuales, etc, porque alguien los votó. ¿Respondiendo a una demanda social?, si, pero alguien tenía más diputados para votarlas que quienes se oponían a ellos.
En la historia hemos tenido la experiencia de nuestro Frente Popular, que algo estaría cambiando cuando el poder se sintió necesitado de dar un golpe militar. Lo mismo en Chile.
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Un trabajo formidable, gracias, +1