LAMPEDUSA: LA VIOLENCIA INVISIBLE
Los cadáveres se amontonan, anónimos, “indocumentados”, sin identidad, sin pasado. Como en Auschwitz, como en Dachau, como en Treblinka. Como allí, con esa obsesión del capitalismo y la tecnología por el número y la cifra, los ataúdes y los cadáveres están numerados, del uno al 111. Algunos son de niñxs.: “Muerto número 54, mujer, probablemente 20 años. Muerto número 11, hombre, probablemente tres años…”. Muchísimos otros cadáveres vagabundean a la deriva en el mar. Para Occidente y su barbarie son sólo números, nunca fueron personas. Tampoco lo somos, desde hace mucho, nosotrxs, lxs que vivimos de este lado del muro de la vergüenza, en Europa. Unos números contando a otros números.
Al horror de la masacre se suma el horror de su recuento, de su amontonamiento, de su clasificación, de su denominación, de su espectacularización. Todos esos cuerpos que estando vivos huían de una miseria para venir a otra, para nuestras autoridades son sólo “flujos migratorios”, “tráfico de mafias”, y una carnaza más para los medios de “comunicación” de masas. Y para el vulgo europeo, son sólo desconocidxs de lxs que hay que hablar sólo en los telediarios, como espectadorxs cobardes. No se hace de ellxs, como de “nuestrxs” muertxs, una biografía televisiva, una recuperación, aunque efímera, de su memoria. Quizá porque descubriríamos que muchxs de estxs cadáveres eran antes estudiantes universitarios, músicxs o dj’s, médicxs, enfermerxs, amxs de casa, “ciudadanxs” (que en neolengua parece querer decir “personas”) como nosotrxs. En nuestro endémico clasismo, queremos que sean desheredados de otra raza y otro mundo, extraterrestres desarrapados sin nada, porque así nos es más sencillo justificar sus muertes. Casi se da por sobreentendido y normal que lxs pobres incultxs mueran de esta manera.
La realidad es que el espíritu de Auschwitz ronda en el ambiente. Sólo hay que ver esas verjas gigantescas que acordonan con alambre de espino Ceuta o Melilla. O las patrulla de vigilantes armados de la UE, a la caza de pateras. O los centros de internamiento de inmigrantes de España, de Italia, de Grecia y de países fronterizos con ese continente olvidado. Toda esta violencia institucional, democrática, que va construyendo un muro gigantesco para “protegernos” (en realidad para aislarnos de la gigantesca cárcel que es ahora África) recae sobre estos números que en otro momento fueron seres humanos vivos.
Se trata de una violencia invisible porque nadie que quiere que la veamos como tal, y dado el grado de deshumanización, insolidaridad y violencia interna de nuestra vida diaria, casi nadie la ve como tal; sólo ve un “trágico accidente”, como lo describen miserablemente los medios del Régimen. Una violencia mayúscula que se esconde bajo el aséptico nombre de “políticas migratorias”, gestionadas para “defender la democracia”. Lxs más deshumanizadxs, lxs que ya han perdido cualquier indicio de empatía, y sólo viven para el cálculo y el beneficio propio, lxs que simpatizan con Amanecer Dorado o la Liga Norte o el Frente Nacional o tantos otros grupos similares, y todxs lxs ciudadanxs que consideran que “se lo tienen merecido” o que “vienen a robar y a delinquir “, no piensan de manera muy diferente a nuestros demócratas gobernantes, que mantienen, sufragan y administran este muro de ignominia entre África y Europa, o entre Sudamérica y EEUU, y tantos otros. En los periódicos digitales, esta masacre reenviará a la anterior, sucedida meses antes, que a su vez reenviará a otra anterior, en una diabólica cadena[1]. No faltará mucho para que esos gobernantes, a través de sus medios de desinformación, clasifiquen a estxs indocumentadxs como “terroristas”, y el círculo del dolor, de la infamia y de la miseria se habrá cerrado de nuevo.
[1] Véase por ejemplo la cadena de El Mundo digital: http://www.elmundo.es/elmundo/2013/10/03/internacional/1380788821.html,
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/09/30/internacional/1380535460.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2002/09/18/sociedad/1032347639.html
en este momento son 211
Creo que queda claro en el texto que lo importante no es cuánto son ni su número. La infamia va mucho más allá de eso