Del fracaso escolar como defensa ante la ideología
De tiempo atrás y desde cualquier rincón de la globalización, se viene repitiendo que la educación no está dando los resultados esperados, que la educación presenta cada vez más deficiencias en el desarrollo de las capacidades individuales. Pero no hace falta insistir tanto para darse cuenta de este burdo trampantojo; empezando por interrogar ¿qué es lo que desde arriba pretenden ahora que nos traguemos? ¿Cuándo lo que ha sido bueno para el Poder y sus predicadores, lo habría de ser para nosotrxs? Nuestra respuesta debería mostrar bien a las claras que su ataque contra el pueblo nunca terminará de atravesarnos del todo como quisieran, porque mientras haya manejos, la guerra siempre va a estar ahí presente.
Ya en el pasado también se cuestionaba el modelo de educación existente por su ineficacia, con la finalidad de introducir reformas desde arriba, las élites proclamaban que no se producían profesionales en los centros de enseñanza y alentaban a crear una red de instituciones educativas que sobrepasase a las universidades, como escribía -entre otros ilustrados- Pablo de Olavide en el primer Plan de Reforma Universitaria (1768): “La resulta de todo esto ha sido el haberse hecho inútiles los estudios en las universidades; que después de acabados los cursos ningún estudiante sale filósofo, teólogo, jurisperito, ni médico; que cada uno se halla precisado a empezar una nueva carrera y nuevo estudio para practicar de algún modo su profesión. Y ojalá que sólo fueran inútiles; lo peor es que son perjudiciales porque salen los jóvenes con la razón pervertida y con el juicio acostumbrado a raciocinios falsos”.
Conviene también tener presente que la educación-vigilancia ha tenido siempre una fuerte carga político-ideológica, y no es solo propia de escuelas o centros educativos. La educación-vigilancia-disciplina también sucede en cárceles, geriátricos, hospitales, confesionarios, formaciones políticas, fábricas, cuarteles, oficinas, etc., donde a través de planes, programas o estatutos se va forjando al ciudadano. Para atacarla, no cabe resistencia o desobediencia, sólo fracaso. Estamos instruidos en la dirección de un enérgico repudio al caos. A sostener una cosmovisión basada en el triunfo de la individualidad. Y en lo social, prevalece un ideario colectivo -acentuado por medios de formación de masas- que consiste en trepar a toda costa en la jerarquía social/profesional. Cuanta mayor confidencia al régimen menor exposición al fracaso.
De otro lado, las leyes educativas son los artefactos del Estado para refrendar propósitos inconfesables. Súbditxs de un “Poder sin rostro” este nos constituye en simplemente lo que somos: clientes. Estamos sometidxs a leyes que solo ayudan al absoluto sostén de la coacción política e ideológica –incluido el castigo ejemplar si se tercia-. En su carácter punitivo subyace aquello de “toma, para que aprendas”. Desde el cristianismo y a lo largo del tiempo, en escuelas monacales, escuelas catedralicias, universidades, escuelas del trabajo y escuelas financieras, los distintos sistemas de enseñanza de la mano del capitalismo han ido renovando su dogma acorde a los distintos sistemas políticos imperantes, a los avances tecnológicos y a los intereses de concepción dominante. La diligencia mostrada por estas clases dominantes, en el proceso de institucionalización de la enseñanza, ha sofisticado la aplicación de represión ideológica en incontables variantes -castigar, disciplinar, corregir, enderezar, reprimir-. Sin perder de vista a los incondicionales de la meritocracia que retroalimentan esta suerte de sistema.
El Estado emplea –con profusión- una eufemística en su discurso hipócrita hasta aturdirnos, y ordena así la proyección de un pensamiento torticero al referirse, entre otros, a términos como: cultura, educación, liberalización, aprender a ser, materias instrumentales, examinarse, realidad, bien público, porvenir, ciudadanía, etc. Cuando lo que se nos desvela es una repugnante realidad del latrocinio institucional sin recato y en toda regla, tanto en lo social como en lo político, económico e intelectual.
Un ejemplo de este adoctrinamiento podría ser el real decreto 1631/2006, en el que se establecen las enseñanzas mínimas obligatorias de la ESO, y donde en su artículo 2. Fines, se legisla: “La finalidad de la Educación secundaria obligatoria consiste en lograr que los alumnos y las alumnas adquieran los elementos básicos de la cultura, especialmente en sus aspectos humanístico, artístico, científico y tecnológico; desarrollar y consolidar en ellos hábitos de estudio y de trabajo; prepararles para su incorporación a estudios posteriores y para su inserción laboral, y formarles para el ejercicio de sus derechos y obligaciones en la vida como ciudadanos.”
La duda que producen estos preceptos es ¿qué sucedería si el sistema no alcanzase sus fines? Y la respuesta es, inventarían otros. Concluiríamos pues, que ante un callejón sin salida, la posibilidad de fracaso del sistema lleva a la obediencia debida. Y todo apunta a que ya nos estén aplicando procedimientos de “persuasión coercitivos” para minimizar o retrasar su resquebrajamiento, a sabiendas de que con los diques de contención que procuran, estos fines nunca se alcanzarán.
En cualquier caso, el Poder siempre refuerza la opresión cuando ve configurarse la fractura social, ante un afianzamiento cada vez más extendido del sentimiento de fracaso, ya no tanto educativo, si no de ciudadanía. Así que actúa promoviendo leyes y más leyes para taponar sus fisuras –siempre por el interés nacional, por supuesto -. Bien para intensificar el adiestramiento curricular en materias “instrumentales” de educación, como para dejar constancia de su credo con toda una declaración de intenciones con la aprobación del proyecto de ley de la LOMCE: “La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y las cotas de prosperidad de un país; su nivel educativo determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global.”
Ante esta apisonadora ideológica, la única respuesta humanamente digna y que no traiga consigo penas de reclusión parece ser el absentismo escolar en la propia escuela, es decir, lo que lxs expertxs en estas cosas llaman “fracaso escolar”. En un momento en que la educación ya no sirve para nada, excepto para domesticar las ovejas del rebaño social, lxs fracasadxs escolares parecen ser los únicos que podrían mantener cierta inmunidad ante esa corrupción de menores que es toda educación reglada. Y por otra parte podrían dedicar un tiempo de su vida a cosas mejores que a ser entrenadx para esclavx sumisx del capital y/o del estado. Por supuesto, defendemos siempre un fracaso escolar consciente de sí mismo, y que podría ser apoyado también conscientemente por profesorxs y madres y padres de alumnxs.
El desencuentro del fracaso con la educación reglada sólo nos puede adentrar en el camino de la liberación, no ya de unx mismx como decía Rousseau, sino de cuantas ideaciones y hábitos nos han venido inculcando desde niñxs. El no creer NADA de lo que nos cuentan nuestros profesorxs, nuestrxs políticsxs, nuestrxs burócratas, nuestrxs juecxs, nuestros medios, inclusos nuestrxs progenitores, es el comienzo de una vida sana, una vida verdadera. Este sería un proceso de deseducación y educación por medios no autoritarios.
Gocemos y compartamos el júbilo de sentirnos fracasadxs.
TOTALMENTE DE ACUERDO